Las Nanas de la cebolla. Día de la poesía

Las nanas de la cebolla

Uno de los grandes secretos para obtener una tortilla de patata jugosa consiste en dejar en reposo las patatas, una vez fritas, unos diez minutos dentro del huevo ya batido. Por supuesto primero las claras y, finalmente, las yemas.

El segundo secreto es picar bien la cebolla. Con mucho cariño y no pocas lágrimas; tikitikitiki, finita y alargada, ni demasiado pequeña ni demasiado grande.

El tercero, el más especial, consiste en un ritual que se viene realizando en mi familia desde hace años, muchos ya, y que hoy me servirá para preparar a Lola su plato favorito, y a la vez hacer un humilde homenaje a un grande en este día internacional de la poesía.

Una vez mezclados todos los ingredientes de la tortilla y antes de pasarla a la sartén para dorarla, mi abuela Manuela comenzaba a recitar uno de los poemas más trágicos y sobrecogedores del siglo XX: Las nanas de la cebolla de Miguel Hernández.

Decía mientras echaba la mezcla a la sartén:

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

Proseguía su letanía, lenta y grave, con voz de cuero. Recia y firme agitaba la sartén, volteando la tortilla sobre un plato generoso, amplio y despejado como sus ideas; como la educación que transmitió a mi padre y éste, orgulloso, me legó a mi.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Terminado el poema, terminada la tortilla.

Esponjosa, amarilla y humeante, la tortilla recorría procesional y litúrgica el camino hacia una mesa en la que un par de chiquillos ya habíamos empezado a comérnosla con los ojos antes de que llegara al plato.

Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.

Pero antes de empezar quedaba un detalle más. MiManuela, mi abuela, erguida frente a nosotros, altísima y secándose las manos al delantal, nos contaba brevemente la historia del poema* y nos hacía prometer que nunca, nunca, apoyaríamos ni participaríamos en ningún tipo de guerra. “Siempre pierden los inocentes, no os olvidéis”. Y nosotros, chiquininos, y con la inquebrantable fe de nuestros años de una cifra, cerrábamos los ojos con toda la fuerza del mundo mientras asentíamos. Con todo el alma.

* Estas “Nanas”, son consideradas por la escritora hispano-chilena Concha Zardoya (1914-2004) como “las más trágicas canciones de cuna de la poesía española”,.

Escritas por Miguel Hernández, fueron dedicadas a su hijo Manuel Miguel, nacido en enero de 1939, y escritas en respuesta a una carta de Josefina Manresa, esposa del poeta, en el que le contaba que ella y el niño únicamente se alimentaban con pan y cebolla, a falta de otros alimentos.

El matrimonio había tenido otro hijo, Manuel Ramón, nacido en diciembre de 1937 pero muerto prematuramente a los pocos meses, en plena guerra.

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