El MotoRickShaw que conduce el cuñado de Lalit, sortea cada día durante 10 largas horas los socavones continuos de las afueras de Varanasi, en cuyas cunetas se prodigan las chabolas, las tiendas de campaña y las casas de paja, abriendo paso a la vida a empujones.
De mayor quiere ser programador y dice que la Universidad de Varanasi es una de las mejores de Asia. Su familia le educa de forma muy estricta, y le obligan a estudiar y a leer a diario.
Si te pregunta la policía, di que sí, que crees en Shiva.
Empujan. Miran. Son un todo y se mueven como tal.Son cientos. Es la famosa avalancha hindú. Good bless you. Coge estas flores. Repite conmigo este mantra. Si te pregunta la policía, di que sí, que crees en Shiva.
Hay en Varanasi un sol implacable que roza los 40 grados y hay una colección de botellas de agua. Hay un mapa, una nube de moscas, un cierto aroma a incienso y algo que podría ser sándalo. Hay una emoción incontenible que arrastra los cuerpos a la calle como un rosario sin fin. Hay un lugar en el mundo que golpea de frente, sin miramientos, que zarandea conciencias, que impacta. Fuera hay un hervidero de gente, dentro, de emociones. Es Varanasi. Es Benarés. Fue Banaras, fue Kashi, la ciudad de Shiva, del Señor de los tres ojos.
Arrecia el monzón un día más, y lejos de resultar incómodo, esta lluvia caliente le otorga al paisaje un aspecto irreal, como de cuento.
Todo está envuelto en neblina. Enfrente, en Ganges viaja hacia la izquierda, y vuelve a resultar extraño; un curso de un río marchando al revés. Al principio, hasta que se detecta lo que pasa, es hasta inquietante.